El accidente cerebro vascular ocurre cuando el flujo de sangre hacia una parte del cerebro se detiene y éste deja de recibir nutrientes y oxígeno. Como consecuencia, las células cerebrales pueden morir, causando un daño permanente.
Hay dos tipos principales de ACV: el isquémico (también llamado infarto cerebral) es el más frecuente y ocurre cuando un vaso sanguíneo que irriga sangre al cerebro resulta bloqueado; el hemorrágico, en cambio, se produce al romperse un vaso sanguíneo dentro del cerebro, provocando una hemorragia y dañando la zona en la que ocurre.
Hay varios factores de riesgo que aumentan las probabilidades de sufrir un ACV y que es preciso tener en cuenta para prevenirlo: la presión arterial alta, la toma de anticonceptivos, la diabetes, el colesterol alto, la mala circulación, la frecuencia cardíaca irregular, el consumo de drogas y alcohol, el tabaquismo, el sedentarismo y el estrés.
La atención temprana, durante las primeras horas, es fundamental para disminuir el daño y las posibles secuelas. Por eso es importante saber reconocer los síntomas (que dependen de qué parte del cerebro esté siendo afectada) y, ante los primeros signos, solicitar atención médica de emergencia. Generalmente, los síntomas se presentan de manera súbita y sin aviso, suelen ser más graves cuando el ACV acaba de suceder, pero también pueden empeorar lentamente.
Los síntomas más frecuentes son: pérdida de fuerza y/o sensibilidad repentina de un lado del cuerpo, piernas, brazos o cara entumecidos o adormecidos, dificultad para comprender, hablar y/o tragar, dolor de cabeza intenso, desviación de la comisura labial, problemas de vista (visión borrosa, dificultad con un solo ojo o ambos a la vez), problemas de coordinación, pérdida del equilibrio, vértigo, mareos, confusión general, pérdida de memoria, cambios en la audición, en el gusto y en el tacto (alterando la capacidad de sentir dolor, presión o temperaturas diferentes), dificultad para leer o escribir, falta de control de esfínteres, etc.
El objetivo del tratamiento después de un ACV es ayudar al paciente a recuperar la mayor funcionalidad posible y a prevenir accidentes cerebrovasculares futuros. Para esto se requiere de un programa de rehabilitación interdisciplinaria que atienda tanto los aspectos motores como los relacionados con el habla, los trastornos visuales, las actividades de la vida diaria y las secuelas incapacitantes. El equipo debe incluir fisioterapeutas, neuropsicólogos, fonoaudiólogos, logopedas, terapeutas ocupacionales, médico fisiatra, psiquiatra y neurólogo.
Para prevenir el ACV es fundamental:
• Controlar los factores de riesgo asociados (presión arterial, colesterol y diabetes).
• Evitar el consumo de tabaco y alcohol.
• Reducir el consumo de sal, grasas saturadas, azúcares y harinas, y aumentar el consumo de fibras (verduras y frutas).
• Hacer ejercicio regularmente (30 minutos diarios como mínimo).
• Reducir el nivel de stress.
• Realizar chequeos médicos periódicamente.